domingo, 31 de enero de 2010
Mi puerta abierta/Vetas de barbarie en España
Ayer estuve en la presentación pública de las Brigadas Vecinales de Observación de los Derechos Humanos. En tiempos en los que el oscurantismo parece normalizarse, un grupo de vecinos, jóvenes del tejido asociativo y ciudadanos contrarios a la política del gobierno de persecución de la inmigración, se unieron con el fin de visibilizar las redadas racistas contra los sin papeles que se han intensificado desde el 2008 a la actualidad.
Las Brigadas Vecinales denuncian:
1) La criminalización de la inmigración por parte del gobierno y del Ministerio del Interior. Bajo lemas como: “ninguna persona es ilegal” y “vigilando a los vigilantes”, este colectivo deja al descubierto la acción coordinada y los mecanismos de represión utilizados por las fuerzas policiales, detenciones masivas en distintas estaciones de la red de Metro como Lavapiés, Aluche, Moncloa, entre otras. La persecución se extiende a locutorios, colegios e incluso existen denuncias de casos de inmigrantes que fueron detenidos en sus domicilio de residencia y otros a los que se les ha librado la orden de expulsión con el trámite de arraigo iniciado.
2) Los abusos y violaciones a los derechos humanos se intensifican cuando los inmigrantes son llevados a cárceles denominadas CIE (Centros de Internamiento de Extranjeros). SOS Racismo, Ferrocarril Clandestino y Médicos del mundo, presentaron un informe en noviembre de 2009, en el que dejaban registro de 40 testimonios sobre las condiciones inhumanas a las que son sometidos los internados en el CIE de Aluche, Madrid.
3) Los organizadores de las Brigadas consideran que “los controles están destinados a crear una subclase, en la que prevalece la estigmatización, marcada por el racismo y la xenofobia”. “La represión policial también tiene la finalidad de romper el tejido barrial y generar miedo, no sólo entre los extranjeros sino en todos aquellos que nos oponemos a la violencia del Estado”. De hecho, por testimonios de vecinos y de detenidos, "la policía solicita documentación a aquellas personas de piel oscura y de rasgos de origen africano o latinoamericano".
El propósito de las Brigadas Vecinales con esta acción es fortalecer un tejido solidario en los barrios de Madrid. Cuentan con un protocolo de actuación y esperan que cientos de madrileños se sumen a la propuesta.
Resulta estimulante sumarse a este tipo de acciones. Se trata de salir de la pereza y la parálisis a la que nos intenta arrastrar la crisis. Vale la pena conocer cómo se manifiestan las vetas de barbarie en España.
miércoles, 27 de enero de 2010
Mi puerta abierta/Una cita
“Es innegable que los seres humanos
-¿cuántos, por qué motivos?- son capaces de llegar al altruismo, de mostrar compasión activa, de sacrificarse hasta la muerte. Hay hombres y mujeres poseídos mental y físicamente por la empatía hacia los otros, por el amor hacia la humanidad enferma, por una luminosa sed de justicia. Cada noche del año, hay personas que sirven en centros geriátricos, que cuidan, que alivian al incontinente, al postrado, al trastornado. Niños atrozmente disminuidos y sin esperanza de normalidad son atendidos, son vehementemente amados por personas que ni siquiera son sus parientes. Unos cuantos -¿media docena entre seis millones?- ocuparon el lugar destinado a otros en los hornos crematorios. En cualquier época, la suma de humanidad diaria, de amor, puede ser considerable y, con frecuencia, anónima.
Por otro lado, las posibilidades de maldad, los actos de maldad, parecen eternamente ilimitados. La crueldad física y mental a que sometemos a nuestros parientes más próximos, el abuso, ocasional o sistemático de mujeres y niños, el tormento y vejación de los animales inundan la existencia de un hedor insoportable. Los mecanismos psicológicos, los impulsos miméticos, ampliamente estudiados pero poco comprendidos, pueden provocar en individuos de otro modo normales ataques de profundo sadismo. Y éstos pueden llegar a ser habituales. Las matanzas y la tortura, la abyección de nuestros semejantes pueden convertirse rápidamente en una afición adquirida. Aun cuando no pesara sobre ellos ninguna amenaza en el caso de negarse o abstenerse, un gran número de hombres y mujeres alemanes se transformó en bestias e inventaron por propia iniciativa y cuando la guerra estaba declaradamente perdida nuevos métodos de burla y de tortura a sus víctimas judías. Tampoco hay muchas pruebas de que otras naciones o comunidades étnicas actuasen de un modo distinto en un contexto similar de denuncia colectiva”.
George Steiner, Errata, el examen de una vida.
Esta cita me encontró hoy, día que se conmemora el 65 aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz. ¿Y qué de los riesgos del discurso político del Holocausto para justificar la política actual de Israel?
-¿cuántos, por qué motivos?- son capaces de llegar al altruismo, de mostrar compasión activa, de sacrificarse hasta la muerte. Hay hombres y mujeres poseídos mental y físicamente por la empatía hacia los otros, por el amor hacia la humanidad enferma, por una luminosa sed de justicia. Cada noche del año, hay personas que sirven en centros geriátricos, que cuidan, que alivian al incontinente, al postrado, al trastornado. Niños atrozmente disminuidos y sin esperanza de normalidad son atendidos, son vehementemente amados por personas que ni siquiera son sus parientes. Unos cuantos -¿media docena entre seis millones?- ocuparon el lugar destinado a otros en los hornos crematorios. En cualquier época, la suma de humanidad diaria, de amor, puede ser considerable y, con frecuencia, anónima.
Por otro lado, las posibilidades de maldad, los actos de maldad, parecen eternamente ilimitados. La crueldad física y mental a que sometemos a nuestros parientes más próximos, el abuso, ocasional o sistemático de mujeres y niños, el tormento y vejación de los animales inundan la existencia de un hedor insoportable. Los mecanismos psicológicos, los impulsos miméticos, ampliamente estudiados pero poco comprendidos, pueden provocar en individuos de otro modo normales ataques de profundo sadismo. Y éstos pueden llegar a ser habituales. Las matanzas y la tortura, la abyección de nuestros semejantes pueden convertirse rápidamente en una afición adquirida. Aun cuando no pesara sobre ellos ninguna amenaza en el caso de negarse o abstenerse, un gran número de hombres y mujeres alemanes se transformó en bestias e inventaron por propia iniciativa y cuando la guerra estaba declaradamente perdida nuevos métodos de burla y de tortura a sus víctimas judías. Tampoco hay muchas pruebas de que otras naciones o comunidades étnicas actuasen de un modo distinto en un contexto similar de denuncia colectiva”.
George Steiner, Errata, el examen de una vida.
Esta cita me encontró hoy, día que se conmemora el 65 aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz. ¿Y qué de los riesgos del discurso político del Holocausto para justificar la política actual de Israel?
martes, 26 de enero de 2010
Feminicidio/Nuestro Holocausto
Todavía tengo las resonancias de Shoah en mis sentidos, me dice que los judíos supieron construir la memoria histórica del holocausto. Este término retumba en mi cabeza. ¿Acaso las mujeres no tenemos derecho a construir nuestra memoria histórica del feminicidio? ¿Por qué no hacerlo en Iberoamérica? En países como México, Guatemala, Argentina y otros tantos, mueren miles y miles de mujeres por esta causa y ni siquiera conocemos las cifras con seguridad porque las estadísticas y el registro de datos está incompleto o hay una política destinada a que persista la impunidad.
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feminicidio,
holocausto,
memoria histórica
viernes, 22 de enero de 2010
Mi puerta abierta/Shoah de un tirón
Vino el jueves pasado a Madrid a presentar la retrospectiva de su filmografía, que por primera vez se puede ver íntegra en España, patrocinada por el Círculo de Bellas Artes y Casa Sefarad. Y aunque no haga falta aclarar que Claude Lanzmann (París, 1925) es una leyenda viva, disfrutar un momento en su compañía es como leer en voz alta algunas páginas de la historia del siglo pasado. Sólo por citar dos circunstancias de su biografía, de familia judía, a los 18 años se sumó a las filas de la resistencia francesa durante la invasión alemana. También dirigió la revista Les Temps Modernes -fundada en 1945 por Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir-. Periodista, cineasta, docente universitario, será reconocido por las generaciones venideras por su documental sobre el holocausto, Shoah.
Tiene la mirada de alguien que se aferra a la vida con un entusiasmo radical. En el encuentro con medios de comunicación españoles dijo de su obra cumbre que “es sobre los campos de exterminio, en la que no aparece un solo cadáver. He pretendido diferenciar a los campos de exterminio de los campos de concentración, en los primeros la finalidad era no dejar rastros de la vida humana”. Le costó encontrarle título a su película y se lo puso al final, en el año 85, antes de su estreno: “Trabajé durante 12 años y en el fondo me refería a ella como ‘la cosa’, era lo innombrable. Shoah no tiene traducción y va más allá incluso de la designación que se le da en hebreo a la aniquilación y la destrucción”.
Valió la pena esperar tantos años para verla. Quería hacerlo por primera vez tal y como lo recomendaba su director, Claude Lanzmann, en cine y sin interrupciones: “Es la mejor manera de tomarle el pulso”. La sesión duraría de cuatro de la tarde a tres de la madrugada. Imaginé que me encontraría con lleno total en el Círculo de Bellas Artes pero me topé con una sala casi vacía. Sentí vergüenza ajena. ¿Será realmente Madrid una de las capitales culturales de Europa? ¿Estará construyendo este país su memoria histórica? Su pasado lo pide a gritos pero no había signos de ello en ese cine. El propio Lanzmann vino a presentarla. Dijo que se trataba de una película épica, policial, por momentos un auténtico western: “verla es un arma eficaz para luchar contra los asesinos de la memoria o aquellos que la banalizan o la silencian”.
Hay que verla de un tirón sin duda. No sólo porque te apasione el cine y detestes el uso del tema como baratija de Hollywood, te guste el arte apostillado a la catarsis o te resistas a eso que vas a apreciar en la pantalla y que por momentos no vas a soportar. Lo atroz no puede contarse de ninguna manera. La vida no es bella en un campo de exterminio. Las más de nueve horas de duración, con apenas tres interrupciones de 15 minutos bastan para cerciorarse de que es imposible digerir el holocausto. Shoah lo demuestra. ¿A ese ‘pulso’ se referirá Lanzmann? No hay vida posible, no hay poesía posible, siempre serán otra vida, otra poesía después del holocausto. Pienso, mientras paso las horas envuelta en instantes de estupor y desasosiego, ¿cómo nos enfrentamos a los riesgos latentes de nuevos holocaustos? Los nazis inventaron la solución final y cualquier acercamiento que tengamos a ese término sin haber visto Shoah resultará incompleto. No extraña la cantidad de premios cosechados a 25 años de su estreno, el cuidado despojo de artilugios, sin banda de sonido, sin voz en off, con paisajes apacibles de fondo, donde antiguamente funcionaban algunos de los campos de exterminio. La fuerza de esa entrevista coral se centra en dejar un testimonio totalizador y fragmentado, claro e inabarcable, en un tiempo sostenido en el vacío y que invade al espectador con su marabunta de emociones transmitidas por los entrevistados, judíos, verdugos alemanes y testigos polacos.
Conmueve acercarse a lo incomprensible, lo inasible del horror a través del hecho estético.
En la dimensión humana, de Shoah aprendes sobre la importancia del testigo. Sin testigos no hay construcción de la memoria histórica. No hay denuncia. No hay justicia ni acercamiento a la verdad. Lanzmann lo remarca cuando sus entrevistados no pueden continuar con el relato y los paraliza el silencio, el llanto, el regreso al trauma de lo atroz. Continuar la narración para dejar un registro de aquello que no queremos que se repita, resulta un acto imprescindible en el documental y en la mente del espectador.
El olvido no existe según Borges. Lanzmann y su Shoah nos dicen que no puede existir el olvido de lo atroz.
Tiene la mirada de alguien que se aferra a la vida con un entusiasmo radical. En el encuentro con medios de comunicación españoles dijo de su obra cumbre que “es sobre los campos de exterminio, en la que no aparece un solo cadáver. He pretendido diferenciar a los campos de exterminio de los campos de concentración, en los primeros la finalidad era no dejar rastros de la vida humana”. Le costó encontrarle título a su película y se lo puso al final, en el año 85, antes de su estreno: “Trabajé durante 12 años y en el fondo me refería a ella como ‘la cosa’, era lo innombrable. Shoah no tiene traducción y va más allá incluso de la designación que se le da en hebreo a la aniquilación y la destrucción”.
Valió la pena esperar tantos años para verla. Quería hacerlo por primera vez tal y como lo recomendaba su director, Claude Lanzmann, en cine y sin interrupciones: “Es la mejor manera de tomarle el pulso”. La sesión duraría de cuatro de la tarde a tres de la madrugada. Imaginé que me encontraría con lleno total en el Círculo de Bellas Artes pero me topé con una sala casi vacía. Sentí vergüenza ajena. ¿Será realmente Madrid una de las capitales culturales de Europa? ¿Estará construyendo este país su memoria histórica? Su pasado lo pide a gritos pero no había signos de ello en ese cine. El propio Lanzmann vino a presentarla. Dijo que se trataba de una película épica, policial, por momentos un auténtico western: “verla es un arma eficaz para luchar contra los asesinos de la memoria o aquellos que la banalizan o la silencian”.
Hay que verla de un tirón sin duda. No sólo porque te apasione el cine y detestes el uso del tema como baratija de Hollywood, te guste el arte apostillado a la catarsis o te resistas a eso que vas a apreciar en la pantalla y que por momentos no vas a soportar. Lo atroz no puede contarse de ninguna manera. La vida no es bella en un campo de exterminio. Las más de nueve horas de duración, con apenas tres interrupciones de 15 minutos bastan para cerciorarse de que es imposible digerir el holocausto. Shoah lo demuestra. ¿A ese ‘pulso’ se referirá Lanzmann? No hay vida posible, no hay poesía posible, siempre serán otra vida, otra poesía después del holocausto. Pienso, mientras paso las horas envuelta en instantes de estupor y desasosiego, ¿cómo nos enfrentamos a los riesgos latentes de nuevos holocaustos? Los nazis inventaron la solución final y cualquier acercamiento que tengamos a ese término sin haber visto Shoah resultará incompleto. No extraña la cantidad de premios cosechados a 25 años de su estreno, el cuidado despojo de artilugios, sin banda de sonido, sin voz en off, con paisajes apacibles de fondo, donde antiguamente funcionaban algunos de los campos de exterminio. La fuerza de esa entrevista coral se centra en dejar un testimonio totalizador y fragmentado, claro e inabarcable, en un tiempo sostenido en el vacío y que invade al espectador con su marabunta de emociones transmitidas por los entrevistados, judíos, verdugos alemanes y testigos polacos.
Conmueve acercarse a lo incomprensible, lo inasible del horror a través del hecho estético.
En la dimensión humana, de Shoah aprendes sobre la importancia del testigo. Sin testigos no hay construcción de la memoria histórica. No hay denuncia. No hay justicia ni acercamiento a la verdad. Lanzmann lo remarca cuando sus entrevistados no pueden continuar con el relato y los paraliza el silencio, el llanto, el regreso al trauma de lo atroz. Continuar la narración para dejar un registro de aquello que no queremos que se repita, resulta un acto imprescindible en el documental y en la mente del espectador.
El olvido no existe según Borges. Lanzmann y su Shoah nos dicen que no puede existir el olvido de lo atroz.
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