viernes, 30 de abril de 2010

Feminicidio/Encadenada desencadenada



“Nadie piensa en el vacío, mucho menos una feminista. Si la teoría feminista resignifica la realidad, el movimiento social es el agente principal de resignificación, porque no resignifica quien quiere sino quien puede”.
Celia Amorós


No me cuesta caminar sobre las arenas movedizas de una narrativa que ha pulverizado los géneros puros. Lo importante es que el lenguaje esté vivo, insomne. Voy a encadenarme. Las cadenas son el símbolo del primer mito que pudo descifrar mi mente. Una tarde calurosa, mi abuela materna estaba tomando mate en la cocina y me contó una historia: a tu tía abuela, Celestina, no la querían de chiquita y por eso la dieron. Yo tendría diez años y ya me figuraba algunos secretos del entorno próximo. Sabía que ella y su hermana no congeniaban, mi abuela cuando podía, menospreciaba a mi tía sin disimulo. Pasaron unos días y otra tarde le pregunté: ¿Por qué la dieron? Su relato fue escueto: tu bisabuelo Evaristo, hijo de españoles, un gaucho, un criollo recio, necesitaba otro varón que lo ayudara en las labores del campo, no había lugar para más mujeres en la familia, conmigo les bastaba. Nació ella y le hicieron pagar las consecuencias. Encima era desobediente y por esa razón recibía unas palizas tremendas. Un día el gaucho se cansó y la echó del rancho, la encadenó en el establo con los caballos hasta que vino a buscarla la familia a la que se la entregaron. Celestina tenía seis años.
¿Por qué mi abuela me contó esa historia? ¿A qué venía su alarde de crueldad? En la época en la que asimilé el relato sentía un gran apego por mi tía Celestina, en realidad Celestina era como otra madre para mí y creo que mi abuela tenía celos del afecto tan intenso que había entre su hermana y sus dos nietas.

No olvidé el relato y en la adolescencia lo desempolvé ante mi madre, que negó los hechos vinculados al episodio de las cadenas. Eso es mentira, sentenció. Todo lo demás era cierto según lo que a ella le habían contado. Me aportó otro dato importante, a Celestina la habían dado pero dicha familia no la había adoptado sino que se la habían llevado para instruirla como sirvienta. Lo de las cadenas se convirtió en algo irrelevante aunque la imagen ya se había grabado para siempre en mi memoria. No sé cuál es la verdad pero ese recuerdo, fruto de una ficción o del ocultamiento del hecho, estaba vivo y era real, al fin y al cabo, no modificaba el sentido de los acontecimientos sino que los enaltecía. Así son los mitos.

Creo que intenté reparar o enmendar aquello que se convirtió en un mito y encadené mi afecto por Celestina para siempre. Resignifiqué el símbolo de las cadenas sin que me diera cuenta.

Las cadenas volvieron a aparecen con fuerza en el diván, con mi segunda psicoanalista. Había muerto mi abuela materna y revisar el mito instauró a Celestina en el principio de la genealogía feminista personal. Por entonces yo no sabía qué era el feminismo, tenía veinticuatro años y trabajaba en una revista en la que se cosificaba a las mujeres con rigor estético. Allí aprendí sobre las tecnologías destinadas a mutilar la belleza femenina. Fue una experiencia fascinante y contrastante que posibilitó que mi subjetividad diera un giro: mientras que me dirigía a mujeres que leían artículos para seguir colonizándose interiormente, la terapeuta hurgaba en mi pasado. Un día Laura pasó a ser el centro de mi narración. Después de dos años de terapia, me enteré por una noticia que leí en el periódico, que era una integrante de Madres de Plaza de Mayo de Línea Fundadora. No quise saber nada de ella, tampoco le pregunté. Continué yendo dos veces por semana a su consulta hasta que un día, unos meses después, haciendo compras en un supermercado, me topé con el segundo tomó de los Cuentos Completos, de Julio Cortázar, libro expuesto en soledad, en la última hilera de un anaquel. Lo abrí y busqué un cuento que la propia Laura me había citado en una de las sesiones: Recortes de prensa. Lo encontré y lo leí ahí mismo. Cortázar escribía cuentos basados en noticias de periódicos y en este cuento aparecía íntegra una carta de denuncia de mi psicoanalista, publicada en El País, en 1978. En una página narraba su holocausto personal. La dictadura había asesinado a una de sus hijas, secuestrado y asesinado a su marido y detenido en situación de desaparecida a su otra hija. En total fueron siete los desaparecidos de su familia.

Después de enterarme de ese hecho, huí de la terapia, le pedí a Laura que me dejara pensar si podía seguir o no. Exponerme con alguien que había pasado por una situación extrema de dolor zarandeaba mi mundo interior. Se lo dije. Me sentía cómoda con mi vida fatua, refugiada en una impostura. Pero…no sabemos que nuestro inquilino, el inconsciente, el sujeto, lo que somos, nos conduce a actuar de una manera u otra. Actuamos, incluso con nuestra inacción. Volví a llamar a Laura unas semanas después con una sensación interminable de desvelo. Continué el proceso terapéutico no sin antes hacerle algunas preguntas. Me enteré en qué circunstancias había escrito esa carta al diario El País. Fue en México DF, donde Laura Bonaparte se había exiliado con su hijo y su nieto. Se encadenó en la puerta de la embajada argentina de dicha ciudad, en señal de protesta por el genocidio que se estaba llevando a cabo en Argentina. El acto tuvo repercusiones internacionales y también literarias, Cortázar leyó esa carta de lectores que inspiró el cuento. Ese día probablemente nació el segundo mito.

Ella me ayudó a fortalecer mi estructura y mi rebeldía. Me enseñó que no es necesario adaptarse o más bien, que el peligro está en adaptarse; que en tiempos de usura, la incorruptibilidad es una virtud que hay que pulir a fuerza de renunciar a las tentaciones del sistema.
Dejé de trabajar en esa revista y luego de un paso fugaz por la cima del periodismo político, donde convivía con buitres, fariseos, seres llenos de codicia y de ansias de poder, decidí partir, salir de la historia familiar, escribir mi propia historia. Escogí México como destino. Se lo anuncié a mi terapeuta, por aquel entonces no sabía que mi elección había sido influenciada por ella. Así fue como encadené mi afecto por Laura para siempre.

México me transformó en otra mujer, me hizo cambiar de piel. Allí renuncié a una forma de racionalidad inútil, a la coraza de la intelectualidad, renuncié a la deshumanización, aunque nunca estamos a salvo del todo de la deshumanización, creo que allí nació el compromiso conmigo misma. Si yo asumo una responsabilidad ante un hecho político, estoy obligada a tomar partido y a involucrarme también en una situación análoga. Es lo que Jean Paul Sartre denomina en la Crítica de la razón dialéctica, el aumento de lo práctico inerte. Todo lo que ha sido libremente elegido después se vuelve un condicionamiento material inerte. Si has hecho algo determinado en un momento determinado, tienes que definirte en relación a eso. Para mí la libertad es sinónimo de compromiso. Luego el compromiso hace desaparecer la libertad dirá Sartre. Es evidente que lo que soy para los otros y otras me condiciona a asumir quien soy. Debo asumir quien soy para mis compañeras de Otro Tiempo, para las Lilas de Oaxaca o para ustedes, algunas, también comprometidas con el movimiento feminista.
Como consecuencia de ese devenir del sentido de mi libertad, en México me hice por primera vez las preguntas importantes, esas que nunca respondes de la misma manera, esas que a veces ni siquiera sabes cómo responder. Esas que te dejan desnuda ante ti misma.
Fue en Ciudad Juárez donde pude unir los eslabones de mis cadenas y allí lo comprendí todo, aunque las terapias me han enseñado que nunca lo comprendemos todo y que ese todo es fragmentado, desposeído incluso de verdad. La verdad no está en intentar comprenderlo todo sino en encontrarle sentido a lo que hacemos, a nuestros actos. No somos dueños ni dueñas de nada, sólo de nuestros actos. Cuando comencé a investigar los asesinatos de mujeres, lo hice con la intuición de que se trataba de otro tipo de crímenes. Pasé momentos de desolación por no comprender el horror, por no encontrar respuestas que aquietaran las ansías de que se hiciera justicia con las víctimas. Una investigadora feminista, Julia Monárrez, con la lucidez de la dignidad, con la sensatez que te da saber que la teoría tiene que servir para cambiar el mundo y el estado de las cosas, fue la primera que resignificó el fenómeno de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez con un nombre, feminicidio. Julia me ayudó a comprender que allí y en esa circunstancia, se produjo el encadenamiento de mi propia subjetividad y que las cadenas de mi tía Celestina, las de Laura, las de esas mujeres asesinadas y las de sus familias que reclaman el fin de la impunidad, eran eslabones de mis propias cadenas.
Enfrentarme al tema del feminicidio ha resignificado mi propio encadenamiento. Y también me ha permitido construir otro mito en torno a las cadenas. He subvertido el significado del uso de las cadenas. Para mí las cadenas no son sinónimo de esclavitud, de sumisión, de humillación, de cosificación, sino de liberación, de compromiso, de encuentro conmigo misma. Estoy encadenada a mi deseo, mis convicciones, mi subjetividad. Estoy encadenada a este trabajo de fortalecimiento de las redes de mujeres en Iberoamérica en la visibilización y denuncia del feminicidio. Estoy encadenada al amor, el amor como discurso, como forma de vida, el amor como empatía casual, estoy encadenada a la conexión emocional con los otros y otras. Ahora mismo estoy encadenada a ustedes y a este curso. Pero sé que también hay que cerrar el círculo, aunque no del todo, como un enzo, hay que dejarlo también abierto. Soy consciente de que hemos habitado este espacio, lo hemos hecho vital, hemos soltado la jauría que provoca en nuestros cuerpos tratar desde el discurso la violencia de género.
En Madrid por fin he comprendido que no hay ningún lugar dónde ir. Ninguno. Sólo puedo dar vueltas sobre mi cárcel. Mi cuerpo me sostiene y mi mente no ostenta cerrojos ni ataduras, no más que los que decreta el inconsciente. Repito: Madrid es mi Ítaca. Mi exilio interior. Ahora. No hay comienzos, como dice George Steiner, se acabaron los comienzos. Hay que enfrentarse a lo que continúa. Creo que existe una evolución hacia algo distinto siempre y que no hay posibilidad de retorno. La equivocación consiste en creer que podemos retornar a un mismo lugar. Algunos mitos y héroes trágicos nos lo advierten.
He vivido en Argentina, en México, en Estados Unidos y sé que jamás regresaré a esos mismos lugares del pasado. También sé que Europa es engañosa y está narcotizada por su materialismo abyecto y su arrogancia civilizatoria. Aquí hay tolerancia pero también no la hay, hay libertad pero también no la hay, todo depende de lo que quieras tocar de cada sociedad. Todas las sociedades, las culturas, tienen cuestiones intocables: soy consciente de que mi condición de extranjera me ha hecho perder en varias ocasiones mi libertad de movimiento, esa que Hannah Arendt sitúa como la condición previa a la esclavitud. Soy consciente de que desde el feminismo tenemos que alzar la voz y denunciar la barbarie que existe en los países del norte, que persiguen y criminalizan a las y los sin papeles.
Mi nomadismo, como sostiene Rosi Braidotti en Sujetos nómades, no viene sólo de mi lengua materna, en mi caso colonizada. Vivo en transición permanente. Asumo mi propio desarraigo más allá de mi condición de inmigrante. Me he reinventado en la política de mi deseo. Asumo la desterritorialización de mi cuerpo, de mis ideas, como principio de identidad. Conozco los riesgos y las pérdidas que ocasionan el mero hecho de ser extranjera.
Propongo una transformación subjetiva con el aporte del marco teórico feminista.
También me he inspirado para esta representación en Augusto Boal. En su Teatro del oprimido nos propone una poética del oprimido cuya principal finalidad es transformar al pueblo, espectador, pasivo en el teatro, en sujeto, en actor, en transformador de la acción dramática. Boal explica con ejemplos prácticos que Aristóteles propone una poética en la que el espectador delega poderes en el personaje para que este actúe y piense en su lugar mientras que Bertol Brecht sugiere una poética en la que el espectador delega poderes en el personaje para que actúe en su lugar, pero se reserva el derecho de pensar por sí mismo, incluso a veces en desacuerdo con el personaje. En el primer caso se produce una “catarsis”; en el segundo una “concienciación”. Lo que propone la poética del oprimido es la acción misma. Dice Boal: “El espectador no delega poderes en el personaje ni para que piense ni para que actúe en su lugar; al contrario, él mismo asume su papel protagónico, cambia la acción dramática, ensaya soluciones, debate proyectos de cambio, en resumen, se entrena para la acción real. El espectador liberado se lanza a la acción, no importa que sea ficticia, importa que sea una acción”.
La poética del oprimido es la poética de la liberación. La poética de la opresión femenina también es la poética de la liberación. Tardé un par de décadas en dejar de temerle a las cadenas. No crean que fue fácil resignificar mis mitos personales y traer las cadenas aquí para representar esta acción.
El marco teórico de una política de erradicación del feminicidio se inicia en este viaje. Es fundamental situarnos desde el feminismo como teoría crítica y dentro del movimiento de mujeres, en nuestro objetivo de la deslegitimación social del discurso dominante sobre los asesinatos de mujeres por ser mujeres, que no los reconoce como feminicidios.
Si todos los movimientos sociales implican la subversión de los códigos culturales dominantes. ¿Por qué no dirigir nuestro accionar a que se deje de negar, silenciar, provocar el feminicidio como una política global de deslegitimación de la igualdad entre hombres y mujeres?
Tenemos que ser capaces de articular desde los distintos ámbitos del feminismo en Iberoamérica el abordaje del tema en primera línea, ya no dentro de las agendas políticas feministas sino de las agendas de los Estados. Desde el movimiento feminista sabemos que el estado patriarcal es cómplice y responsable del feminicidio.
Me alienta observar que la mitología patriarcal se está derrumbando en todas partes. Nosotras podemos seguir esa tendencia desde nuestra propia subjetividad. Primero hay que derrumbar el patriarcado en nuestro interior.
Y me pregunto y así voy a cerrar la representación, ¿Quiénes somos las mujeres desde nuestra identidad de género? ¿Somos dueñas de nuestros cuerpos?
Esta representación es única. No habrá repetición, habrá réplica, repercusiones intersubjetivas pero esas son otras cuestiones. A ustedes les toca cerrar el círculo.
Voy a desencadenarme. Recomencemos la última sesión del curso. 28 de abril de 2010.

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