Para el crítico canónico Samuel Johnson, la exquisita imaginación de Shakespeare revela nuestra total incapacidad para vivir el momento presente. Harold Bloom agrega a esta idea: “Lo que Johnson se niega a decir, pero está implícito, es que renunciamos al presente porque debemos morir en un momento presente”. El teatro de Shakespeare nos sumerge en esa metáfora y la vida se redime en el arte si la representación de la obra alcanza la perfección. Fueron tan vibrantes las resonancias que sentí el otro día, después de ver As You Like It, interpretada por la compañía The Bridge Project, dirigida por Sam Mendes que se presenta estos días en el Teatro Español, que espero con ansías ver The Tempest. Las dos obras fueron diseñadas y concebidas por Mendes “en un solo gesto, como un único viaje”.
El destierro une a ambos argumentos del viaje. En el caso de As You Like It, el bosque es el lugar por el que deambulan los personajes, unidos y separados por la búsqueda y el reconocimiento del otro. La ambientación, la iluminación y la música convergen en una puesta en escena delicada y sobria y el texto y la cadencia actoral tienen un protagonismo superlativo ante su público. Mendes dialoga con el genio del escritor, lo enaltece y nos lo muestra en su capacidad de cuidar hasta el más mínimo detalle con los episodios de lucha, la coreografía musical, el vestuario y el sonido. Del elenco, sobresale Juliet Rylance en la piel de dos personajes, Rosalind, la hija del Duque desterrado y un joven. La mujer se escabullirá adoptando otra identidad sexual para estar más segura en el bosque, aunque Shakespeare permite tantas interpretaciones que hasta podríamos analizar el personaje ambivalente desde el concepto performatividad de Judith Butler. Durante las dos horas y media que duró la obra, percibí a su personaje real, vivo, de esta época y de todas las épocas. Los demás actores también daban la talla pero siempre hay alguno o alguna con el que te identificas o te compenetras de una forma más íntima. A ver qué nos depara Rylance con su Miranda en The Tempest y en el encuentro con el público el próximo viernes después de la función.
Me molestó leer el otro día en El Cultural, de El Mundo (en realidad casi siempre que leo ese periódico me surge algún tipo de malestar) los comentarios de Luis María Anson sobre la ópera Salomé que se presentó el mes pasado en el Teatro Real. Anson no hace crítica sino que opina pero la crítica y la opinión son géneros distintos aunque a veces se confundan. ¿Cómo se atreve a decir que Richard Strauss no está entre los más grandes de la ópera? Dice que la puesta del director de escena, Robert Carsen fue anticuada. Evidentemente la subjetividad es la que articula nuestro pensamiento y expone nuestras ideas preconcebidas de las cosas. Mientras que a Anson la danza de los siete velos le pareció cutre a mí me pareció sublime y actual, representativa de esta época, con viejos asquerosos, decrépitos que se desnudan en un burdel improvisado para deglutir a una joven Salomé desprovista de sensualidad. ¿Qué puede tener de sensual que una mujer sea un objeto erótico para su padre?, que además se viste igual a su madre, con el mismo vestido y la misma peluca y luego le roba un beso sáfico. Por cierto, el detalle de colocar a Herodías con una cámara de video, filmando la escena de la danza para una futura película porno, todo esto escenificado en la bóveda de un casino de Las Vegas, donde están las cajas de seguridad en las que se guarda la cosecha de la usura…Esa “triste escenografía menor” según Anson, está cargada de una rica simbología y da cabida a diversas y entusiastas interpretaciones desde el feminismo, el psicoanálisis, la filosofía, los medios de comunicación. Anson escribirá desde el Olimpo de la Real Academia Española pero pareciera que lo hace desde las catacumbas del anacronismo y la precariedad simbólica.
El destierro une a ambos argumentos del viaje. En el caso de As You Like It, el bosque es el lugar por el que deambulan los personajes, unidos y separados por la búsqueda y el reconocimiento del otro. La ambientación, la iluminación y la música convergen en una puesta en escena delicada y sobria y el texto y la cadencia actoral tienen un protagonismo superlativo ante su público. Mendes dialoga con el genio del escritor, lo enaltece y nos lo muestra en su capacidad de cuidar hasta el más mínimo detalle con los episodios de lucha, la coreografía musical, el vestuario y el sonido. Del elenco, sobresale Juliet Rylance en la piel de dos personajes, Rosalind, la hija del Duque desterrado y un joven. La mujer se escabullirá adoptando otra identidad sexual para estar más segura en el bosque, aunque Shakespeare permite tantas interpretaciones que hasta podríamos analizar el personaje ambivalente desde el concepto performatividad de Judith Butler. Durante las dos horas y media que duró la obra, percibí a su personaje real, vivo, de esta época y de todas las épocas. Los demás actores también daban la talla pero siempre hay alguno o alguna con el que te identificas o te compenetras de una forma más íntima. A ver qué nos depara Rylance con su Miranda en The Tempest y en el encuentro con el público el próximo viernes después de la función.
Me molestó leer el otro día en El Cultural, de El Mundo (en realidad casi siempre que leo ese periódico me surge algún tipo de malestar) los comentarios de Luis María Anson sobre la ópera Salomé que se presentó el mes pasado en el Teatro Real. Anson no hace crítica sino que opina pero la crítica y la opinión son géneros distintos aunque a veces se confundan. ¿Cómo se atreve a decir que Richard Strauss no está entre los más grandes de la ópera? Dice que la puesta del director de escena, Robert Carsen fue anticuada. Evidentemente la subjetividad es la que articula nuestro pensamiento y expone nuestras ideas preconcebidas de las cosas. Mientras que a Anson la danza de los siete velos le pareció cutre a mí me pareció sublime y actual, representativa de esta época, con viejos asquerosos, decrépitos que se desnudan en un burdel improvisado para deglutir a una joven Salomé desprovista de sensualidad. ¿Qué puede tener de sensual que una mujer sea un objeto erótico para su padre?, que además se viste igual a su madre, con el mismo vestido y la misma peluca y luego le roba un beso sáfico. Por cierto, el detalle de colocar a Herodías con una cámara de video, filmando la escena de la danza para una futura película porno, todo esto escenificado en la bóveda de un casino de Las Vegas, donde están las cajas de seguridad en las que se guarda la cosecha de la usura…Esa “triste escenografía menor” según Anson, está cargada de una rica simbología y da cabida a diversas y entusiastas interpretaciones desde el feminismo, el psicoanálisis, la filosofía, los medios de comunicación. Anson escribirá desde el Olimpo de la Real Academia Española pero pareciera que lo hace desde las catacumbas del anacronismo y la precariedad simbólica.
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