La semana pasada leí dos reportajes sobre prostitución, el primero en El País, “El precio de la prostitución”, dejaba claro el enfoque y la subjetividad del periodista en el primer párrafo: “En Pereira, las maniquíes se hacen la cirugía estética. Algunas parece hasta que nacen así. Transformadas. Llegan con ella de fábrica. Te miran desde los escaparates con el escote hinchado como un globo y los ojos de plástico limpio, embotadas en un vaquero ajustado que les marca las nalgas respingonas. Allí la sensualidad es un gen. Una impronta. Como algunos delitos a los que les ha empujado el destino...”
La comparación de las mujeres con maniquíes es una de las imágenes más trilladas de la cosificación de las mujeres. Uno de los rasgos de la misoginia consiste en reducir el cuerpo de las mujeres a la función simbólica de ser un objeto de uso y desecho de los varones. El imaginario patriarcal nos bombardea con imágenes de maniquíes vivientes en los desfiles de moda, la televisión, el cine y los escaparates de las ciudades donde la prostitución femenina está legalizada o permitida.
El otro reportaje de El Mundo, se titulaba: “Las niñas del oro”: los llamados “prostibares” de la región amazónica de Madre de Dios, Perú, visitados por más de 30.000 mineros con un gramo de oro diario en el bolsillo, garantizan un negocio más rentable que la extracción de oro de los campos mineros de la zona. Las prostituidas son secuestradas por los tratantes de mujeres y la mayoría son niñas. En este caso, el enfoque hacia las mujeres no es denigrante pero ya es hora de que dejen de ocupar la mayor parte del espacio de la noticia, las formas en que ellas son raptadas, mancilladas, torturadas, violentadas. Necesitamos leer reportajes en los que se describa a los clientes y la barbarie que representa el ejercicio de una masculinidad perversa, sádica y aniquiladora. ¿Y qué sabemos de los traficantes, de cómo los Estados son permisivos a la violación sistemática de los derechos humanos de las mujeres? ¿Por qué siempre la información de este tipo se centra en revictimizar y destacar la criminalización del cuerpo de las mujeres?
No me sorprende la insistencia de la prensa en abordar el tema de la prostitución como el único destino al que pueden aspirar las mujeres en sociedades donde la pobreza y la miseria acechan. El argumento es ancestral pero ya no cuela entre muchos lectores y lectoras mediatizados. Si la prostitución es una forma de esclavitud y una de las manifestaciones más intrincadas de la violencia de género, ¿por qué no utilizarla como mecanismo social y modelo de propaganda para evitar que las mujeres puedan dejar de ser subordinadas? Considero que tanto en Pereira, el pueblo colombiano como en la región amazónica de Madre de Dios, en Perú, cuyas economías actuales están basadas en que sus mujeres y niñas se prostituyan, existe una política feminicida. Si las mujeres valen tan poco o más bien no valen nada porque son intercambiables, reemplazables, ¿acaso importa que unas cuantas mueran, sean secuestradas o desaparezcan en manos de traficantes locales e internacionales o que las que se quedan sufran otras formas de muerte por ser reducidas a un maniquí o un hoyo? A las mujeres también nos matan de forma simbólica. Incluso los medios de comunicación.
Por otro lado, los reportajes dejan al descubierto el impacto del capitalismo global en los países del sur. La igualdad, tan lejos y tan cerca: en España las mujeres en la última década han logrado importantes avances en obtención de derechos y el camino hacia la igualdad no es una utopía sino una política del gobierno actual. En cambio en América Latina crece la feminización de la pobreza, el tráfico de mujeres, el feminicidio, la violencia de género. Y en este punto el término igualdad se convierte en un concepto inestable, se desvanece. Su aplicación se acota en su inmensa mayoría a mujeres españolas, europeas, blancas…mientras la ignominia de la desigualdad estalla ante nuestros ojos entre las otras que conviven con nosotras aquí, me refiero a las traficadas, las sin papeles, las prostituidas, las que trabajan como personal doméstico y no gozan de los beneficios del Régimen General de la Seguridad Social; mientras leemos que el único destino de las niñas y mujeres en otro rincón de nuestro planeta es ser esclavizadas para vender sus cuerpos.
domingo, 9 de mayo de 2010
Desleír el periódico/El precio de ser mujer en el patriarcado
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