“Shakespeare es el mejor comunicador de la humanidad que hemos conocido hasta ahora. Han pasado cuatrocientos años desde que se estrenó por primera vez esta obra y todavía nos aporta cosas nuevas por descubrir. Elevarse a la altura de su texto es lo que te pide el autor. Con Shakespeare nunca es suficiente lo que haces, siempre tienes que dar más”, decía anoche el actor Anthony O´Donnell en el encuentro que sostuvo el elenco de The Bridge Project con el público, luego de representar The Tempest en el Teatro Español.
La tempestad que plasma la dirección de Sam Mendes sobre el escenario, amalgama de sentimientos expresados con naturalidad, cierto aire frenético que circula por momentos y espeso halo de desesperación en otros, acaban por cautivarte en la butaca aunque también perturban. ¿Estaremos condenados a entendernos los humanos, a amarnos, traicionarnos, dominarnos unos a otros y otras? ¿Estaremos condenados a vivir en un exilio mágico y delirante, poblado en nuestra imaginación de elfos e islas habitadas por fantasmas? ¿Estaremos dispuestos a lidiar con nuestro propio espíritu y liberarlo? El Próspero de Sthepen Dillane lo da todo y puedes empaparte de su ira, su necesidad de venganza, su compasión y su resignación ante la muerte. Semejante caracterización no sería lo que es si no contara con la complicidad de su sombra, el espíritu Ariel, interpretado también magistralmente por Christian Camargo. Ambos actores comentaban anoche que durante los ochos meses de ensayo trabajaron con la técnica de la transferencia de Anne Bogart. La relación entre los dos personajes funciona como un juego de espejos: “Próspero tiene algo de Ariel y Ariel de Próspero. En todas las relaciones humanas pasa que nos vemos en el otro al interaccionar, al implicarnos” confesaba Camargo, reflexión que Dillane culminó: “No eres libre si no eres capaz de perdonar a los otros y a ti mismo. Próspero libera al espíritu y se libera a sí mismo. Creo que Shakespeare concibió un cuento de hadas, no un drama moral. De alguna manera nos está diciendo que la vida es imposible”.
Puedes percibir lo inasible de la vida en esta puesta además de una complicidad entre los elementos que hacen armoniosa una función de teatro, entre ellos la música, representada como un personaje más sobre el escenario, ejecutada por Shane Shanahan, quien contó al público que Mendes le pidió que formara parte de los ensayos de actores para que la música pudiera fusionarse con la obra. La actriz Juliet Rylance estuvo a la altura de las circunstancias, desplegó una Miranda apasionada, convencida de sus sentimientos y de lo que quería. El personaje femenino sobresale por su estereotipo ancestral, su único destino permitido es el matrimonio y el amor. Rylance explicaba que su Rosalind, de As You Like It que deslumbró la semana pasada en el mismo teatro, “separaba sus sentimientos de su mente mientras que Miranda es todo lo contrario, se deja llevar por lo que dictamina su corazón”. Espero con ansías la próxima propuesta de Sam Mendes, su teatro es “orgánico”, coincidían los actores. Está vivo. Es arte en movimiento.
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