Se han muerto Visconti, Antonioni, Pasolini…la melancolía me asaltó anoche después de ver Io sono l’amore. Su director, Luca Guadagnino, les rinde homenaje a sus musas y también a eso que ha destruido la industria cinematográfica: la épica visual, el arrojo y la audacia en las formas de utilizar la cámara, la fotografía y su inspiración en la pintura; la música, protagonista en registro operístico de cada escena, compuesta por uno de los exponentes actuales más sugerentes y prometedores, John Adams. Guadagnani rescata al cine de autor del precipicio para colocarse dentro del canon, no rompe la tradición de sus predecesores, se une a ellos tomando distancia y nos dice que todavía podemos ir a ver obras maestras al cine.
Io sono l’amore es una tragedia maniatada en su textura ideológica por el patriarcado, que intenta afianzarse ante su previsible y sangriento desmoronamiento y el capitalismo antropófago que invita al desasosiego existencial. En el Olimpo de la tragedia posthumanista, una familia de la burguesía industrial milanesa, cuyo personaje central, Emma, interpretado por Tilda Swinton, nos envuelve en sus sentidos, su angustia, su sensualidad, el descubrimiento de la subjetividad y del auténtico amor. Ninguna otra actriz podría haber ejecutado ese papel, ella lo sabe, tal vez por eso produjo la película, se refiere a su Emma como “un ser capaz de enfrentarse a los absolutos: la vida, la muerte, la pasión, y no ceder; es una radical pura”.
Tanto Guadagnani como Swinton reinventan a la Emma Bovary de Flaubert. Esta vez Emma romperá con el designio de la autoanulación y la imposibilidad de ser individua. Emma es una extranjera, todas las mujeres lo somos en la subordinación femenina, sólo conserva del pasado su lengua materna, el ruso y una receta de cocina que dejarán el descubierto la transfiguración del incesto. Ha sido comprada por un hombre rico, como muchas mujeres, prostitutas o esposas que siguen siendo compradas en el siglo XXI por hombres de todas las clases sociales. Tancredi, su marido y heredero de la dinastía de los Recchi cree haberla encumbrado en la alta sociedad, se trata de un objeto precioso tallado con sus propias manos pero Emma se convertirá en una alquimista de sí misma y se liberará a costa de aceptar la tragedia provocada por la interferencia de su deseo. Es evidente la nostalgia freudiana de Guadagnani en la elaboración del guión, el nudo de las relaciones filiales gira en torno a hijos varones que compiten para superar al padre y una mujer, Emma, que establece como madre lazos tan fuertes con su hijo Edoardo y su hija Elisabetta, que para superar el deseo por su madre, Elisabetta resuelve su conflicto huyendo de la casa materna y refugiándose en los brazos de otra mujer, mientras que Edoardo, arrinconado por la pasión por su amigo, Antonio, decide comprarlo, como su padre compró a su madre y se convierte en el socio capitalista de un restaurante que su amigo cocinero regenteará y que servirá de nexo para consumar la pasión por la madre de Edoardo, Emma. Emma logrará sellar el vínculo inseparable con su hijo mediante el amor hacia Antonio, los tres formarán un triángulo, unido por una receta de cocina y por la interferencia de deseos desplazados.
Las dos mujeres más importantes de la historia subvierten la asignación establecida para ellas, se rebelan a sus estereotipos de género, rompen con la subordinación. Emma y Elisabetta, madre e hija serán cómplices de la ruptura con el patriarcado. Se entenderán en ese código desconocido por el resto de personajes, la opresión femenina compartida fortalecerá el vínculo, lo hará indestructible pese a que sobreviene la tragedia que desenmascara las emociones ocultas de una madre y la lealtad incondicional de una hija.
La melancolía que me sobrevino con la película también está asociada a un recuerdo. Hace veinte años en un ciclo de Luchino Visconti vi Vaghe stelle dell’Orsa, filme que me conmovió hasta sentir cierto estremecimiento. Algo de ese estremecimiento apareció anoche. Las dos películas son orgánicas, las sientes con el cuerpo. Una de las cosas que consigue Io sono l’amore es que puedas compenetrarte con la pasión de los personajes, hueles, besas, acaricias, cocinas, saboreas, contemplas, desfalleces junto a ellos. Guadagnani se consagra como un maestro en desnudar emociones, muestra el dolor, la felicidad, la desesperación con un hiperrealismo que acaban por sacudir tus propias emociones. Quizá resulta exagerada esta confesión, lo mismo sentí cuando vi aquella película de Visconti, que no figura entre sus obras cumbres pero que es esencial para entender cómo el deseo nos arrastra a situaciones incontrolables, el deseo es una reminiscencia de algo inapresable, indescifrable, teñido de verdad, confusión, irracionalidad. Tiene razón Wajdi Mouawad cuando dice que en nosotros habita un inquilino del que no sabemos nada.
No perdáis la oportunidad de ver esta película. Comparto la música que utilizó Visconti en Vaghe stelle dell’Orsa, el Preludio de César Franck.
Graciela Atencio
domingo, 30 de mayo de 2010
jueves, 13 de mayo de 2010
Mi puerta abierta/Malestar alentador
Yo también estoy enojada. El malestar es un motor, el malestar nos protege del adormecimiento y el miedo, nos pone en movimiento. Que no nos engañen, intentan engañarnos todo el tiempo los señores del poder, esas caras invisibles y no tanto que controlan bancos, bolsas de valores, multinacionales, paraísos fiscales; los que construyen y retroalimentan las grandes mafias globales: narcotráfico, trata de personas, explotación sexual de mujeres y niños, fabricas de armas…
Mientras tanto de este lado del mundo los Estados y sus gobiernos nos hacen pagar esta crisis a la ciudadanía de a pie. Mientras tanto los pueblos del sur son arrasados por la miseria, el hambre, la expoliación de sus recursos naturales. Alabados sean el capitalismo global y el patriarcado. Ahora mismo diversas representaciones de la barbarie estallan como espectáculo mediático ante nuestros ojos: guerras, genocidios, feminicidios, ecocidios.
Es que parece una caricia del cinismo que el presidente Zapatero haya anunciado este
ajuste. ¿Por qué no tocó a las rentas altas, las fortunas, la Iglesia, el gasto militar, los privilegios de la clase política?
Atrincherarse en el pobre individualismo es un suicidio ético. Todo está conectado: ¿Cuál es mi grado de complicidad con esto que está sucediendo? ¿Qué hago para cambiar el estado de las cosas?
Graciela Atencio
Mientras tanto de este lado del mundo los Estados y sus gobiernos nos hacen pagar esta crisis a la ciudadanía de a pie. Mientras tanto los pueblos del sur son arrasados por la miseria, el hambre, la expoliación de sus recursos naturales. Alabados sean el capitalismo global y el patriarcado. Ahora mismo diversas representaciones de la barbarie estallan como espectáculo mediático ante nuestros ojos: guerras, genocidios, feminicidios, ecocidios.
Es que parece una caricia del cinismo que el presidente Zapatero haya anunciado este
ajuste. ¿Por qué no tocó a las rentas altas, las fortunas, la Iglesia, el gasto militar, los privilegios de la clase política?
Atrincherarse en el pobre individualismo es un suicidio ético. Todo está conectado: ¿Cuál es mi grado de complicidad con esto que está sucediendo? ¿Qué hago para cambiar el estado de las cosas?
Graciela Atencio
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domingo, 9 de mayo de 2010
Desleír el periódico/El precio de ser mujer en el patriarcado
La semana pasada leí dos reportajes sobre prostitución, el primero en El País, “El precio de la prostitución”, dejaba claro el enfoque y la subjetividad del periodista en el primer párrafo: “En Pereira, las maniquíes se hacen la cirugía estética. Algunas parece hasta que nacen así. Transformadas. Llegan con ella de fábrica. Te miran desde los escaparates con el escote hinchado como un globo y los ojos de plástico limpio, embotadas en un vaquero ajustado que les marca las nalgas respingonas. Allí la sensualidad es un gen. Una impronta. Como algunos delitos a los que les ha empujado el destino...”
La comparación de las mujeres con maniquíes es una de las imágenes más trilladas de la cosificación de las mujeres. Uno de los rasgos de la misoginia consiste en reducir el cuerpo de las mujeres a la función simbólica de ser un objeto de uso y desecho de los varones. El imaginario patriarcal nos bombardea con imágenes de maniquíes vivientes en los desfiles de moda, la televisión, el cine y los escaparates de las ciudades donde la prostitución femenina está legalizada o permitida.
El otro reportaje de El Mundo, se titulaba: “Las niñas del oro”: los llamados “prostibares” de la región amazónica de Madre de Dios, Perú, visitados por más de 30.000 mineros con un gramo de oro diario en el bolsillo, garantizan un negocio más rentable que la extracción de oro de los campos mineros de la zona. Las prostituidas son secuestradas por los tratantes de mujeres y la mayoría son niñas. En este caso, el enfoque hacia las mujeres no es denigrante pero ya es hora de que dejen de ocupar la mayor parte del espacio de la noticia, las formas en que ellas son raptadas, mancilladas, torturadas, violentadas. Necesitamos leer reportajes en los que se describa a los clientes y la barbarie que representa el ejercicio de una masculinidad perversa, sádica y aniquiladora. ¿Y qué sabemos de los traficantes, de cómo los Estados son permisivos a la violación sistemática de los derechos humanos de las mujeres? ¿Por qué siempre la información de este tipo se centra en revictimizar y destacar la criminalización del cuerpo de las mujeres?
No me sorprende la insistencia de la prensa en abordar el tema de la prostitución como el único destino al que pueden aspirar las mujeres en sociedades donde la pobreza y la miseria acechan. El argumento es ancestral pero ya no cuela entre muchos lectores y lectoras mediatizados. Si la prostitución es una forma de esclavitud y una de las manifestaciones más intrincadas de la violencia de género, ¿por qué no utilizarla como mecanismo social y modelo de propaganda para evitar que las mujeres puedan dejar de ser subordinadas? Considero que tanto en Pereira, el pueblo colombiano como en la región amazónica de Madre de Dios, en Perú, cuyas economías actuales están basadas en que sus mujeres y niñas se prostituyan, existe una política feminicida. Si las mujeres valen tan poco o más bien no valen nada porque son intercambiables, reemplazables, ¿acaso importa que unas cuantas mueran, sean secuestradas o desaparezcan en manos de traficantes locales e internacionales o que las que se quedan sufran otras formas de muerte por ser reducidas a un maniquí o un hoyo? A las mujeres también nos matan de forma simbólica. Incluso los medios de comunicación.
Por otro lado, los reportajes dejan al descubierto el impacto del capitalismo global en los países del sur. La igualdad, tan lejos y tan cerca: en España las mujeres en la última década han logrado importantes avances en obtención de derechos y el camino hacia la igualdad no es una utopía sino una política del gobierno actual. En cambio en América Latina crece la feminización de la pobreza, el tráfico de mujeres, el feminicidio, la violencia de género. Y en este punto el término igualdad se convierte en un concepto inestable, se desvanece. Su aplicación se acota en su inmensa mayoría a mujeres españolas, europeas, blancas…mientras la ignominia de la desigualdad estalla ante nuestros ojos entre las otras que conviven con nosotras aquí, me refiero a las traficadas, las sin papeles, las prostituidas, las que trabajan como personal doméstico y no gozan de los beneficios del Régimen General de la Seguridad Social; mientras leemos que el único destino de las niñas y mujeres en otro rincón de nuestro planeta es ser esclavizadas para vender sus cuerpos.
La comparación de las mujeres con maniquíes es una de las imágenes más trilladas de la cosificación de las mujeres. Uno de los rasgos de la misoginia consiste en reducir el cuerpo de las mujeres a la función simbólica de ser un objeto de uso y desecho de los varones. El imaginario patriarcal nos bombardea con imágenes de maniquíes vivientes en los desfiles de moda, la televisión, el cine y los escaparates de las ciudades donde la prostitución femenina está legalizada o permitida.
El otro reportaje de El Mundo, se titulaba: “Las niñas del oro”: los llamados “prostibares” de la región amazónica de Madre de Dios, Perú, visitados por más de 30.000 mineros con un gramo de oro diario en el bolsillo, garantizan un negocio más rentable que la extracción de oro de los campos mineros de la zona. Las prostituidas son secuestradas por los tratantes de mujeres y la mayoría son niñas. En este caso, el enfoque hacia las mujeres no es denigrante pero ya es hora de que dejen de ocupar la mayor parte del espacio de la noticia, las formas en que ellas son raptadas, mancilladas, torturadas, violentadas. Necesitamos leer reportajes en los que se describa a los clientes y la barbarie que representa el ejercicio de una masculinidad perversa, sádica y aniquiladora. ¿Y qué sabemos de los traficantes, de cómo los Estados son permisivos a la violación sistemática de los derechos humanos de las mujeres? ¿Por qué siempre la información de este tipo se centra en revictimizar y destacar la criminalización del cuerpo de las mujeres?
No me sorprende la insistencia de la prensa en abordar el tema de la prostitución como el único destino al que pueden aspirar las mujeres en sociedades donde la pobreza y la miseria acechan. El argumento es ancestral pero ya no cuela entre muchos lectores y lectoras mediatizados. Si la prostitución es una forma de esclavitud y una de las manifestaciones más intrincadas de la violencia de género, ¿por qué no utilizarla como mecanismo social y modelo de propaganda para evitar que las mujeres puedan dejar de ser subordinadas? Considero que tanto en Pereira, el pueblo colombiano como en la región amazónica de Madre de Dios, en Perú, cuyas economías actuales están basadas en que sus mujeres y niñas se prostituyan, existe una política feminicida. Si las mujeres valen tan poco o más bien no valen nada porque son intercambiables, reemplazables, ¿acaso importa que unas cuantas mueran, sean secuestradas o desaparezcan en manos de traficantes locales e internacionales o que las que se quedan sufran otras formas de muerte por ser reducidas a un maniquí o un hoyo? A las mujeres también nos matan de forma simbólica. Incluso los medios de comunicación.
Por otro lado, los reportajes dejan al descubierto el impacto del capitalismo global en los países del sur. La igualdad, tan lejos y tan cerca: en España las mujeres en la última década han logrado importantes avances en obtención de derechos y el camino hacia la igualdad no es una utopía sino una política del gobierno actual. En cambio en América Latina crece la feminización de la pobreza, el tráfico de mujeres, el feminicidio, la violencia de género. Y en este punto el término igualdad se convierte en un concepto inestable, se desvanece. Su aplicación se acota en su inmensa mayoría a mujeres españolas, europeas, blancas…mientras la ignominia de la desigualdad estalla ante nuestros ojos entre las otras que conviven con nosotras aquí, me refiero a las traficadas, las sin papeles, las prostituidas, las que trabajan como personal doméstico y no gozan de los beneficios del Régimen General de la Seguridad Social; mientras leemos que el único destino de las niñas y mujeres en otro rincón de nuestro planeta es ser esclavizadas para vender sus cuerpos.
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sábado, 8 de mayo de 2010
Mi puerta abierta/Las aguas inquietas de Sam Mendes
“Shakespeare es el mejor comunicador de la humanidad que hemos conocido hasta ahora. Han pasado cuatrocientos años desde que se estrenó por primera vez esta obra y todavía nos aporta cosas nuevas por descubrir. Elevarse a la altura de su texto es lo que te pide el autor. Con Shakespeare nunca es suficiente lo que haces, siempre tienes que dar más”, decía anoche el actor Anthony O´Donnell en el encuentro que sostuvo el elenco de The Bridge Project con el público, luego de representar The Tempest en el Teatro Español.
La tempestad que plasma la dirección de Sam Mendes sobre el escenario, amalgama de sentimientos expresados con naturalidad, cierto aire frenético que circula por momentos y espeso halo de desesperación en otros, acaban por cautivarte en la butaca aunque también perturban. ¿Estaremos condenados a entendernos los humanos, a amarnos, traicionarnos, dominarnos unos a otros y otras? ¿Estaremos condenados a vivir en un exilio mágico y delirante, poblado en nuestra imaginación de elfos e islas habitadas por fantasmas? ¿Estaremos dispuestos a lidiar con nuestro propio espíritu y liberarlo? El Próspero de Sthepen Dillane lo da todo y puedes empaparte de su ira, su necesidad de venganza, su compasión y su resignación ante la muerte. Semejante caracterización no sería lo que es si no contara con la complicidad de su sombra, el espíritu Ariel, interpretado también magistralmente por Christian Camargo. Ambos actores comentaban anoche que durante los ochos meses de ensayo trabajaron con la técnica de la transferencia de Anne Bogart. La relación entre los dos personajes funciona como un juego de espejos: “Próspero tiene algo de Ariel y Ariel de Próspero. En todas las relaciones humanas pasa que nos vemos en el otro al interaccionar, al implicarnos” confesaba Camargo, reflexión que Dillane culminó: “No eres libre si no eres capaz de perdonar a los otros y a ti mismo. Próspero libera al espíritu y se libera a sí mismo. Creo que Shakespeare concibió un cuento de hadas, no un drama moral. De alguna manera nos está diciendo que la vida es imposible”.
Puedes percibir lo inasible de la vida en esta puesta además de una complicidad entre los elementos que hacen armoniosa una función de teatro, entre ellos la música, representada como un personaje más sobre el escenario, ejecutada por Shane Shanahan, quien contó al público que Mendes le pidió que formara parte de los ensayos de actores para que la música pudiera fusionarse con la obra. La actriz Juliet Rylance estuvo a la altura de las circunstancias, desplegó una Miranda apasionada, convencida de sus sentimientos y de lo que quería. El personaje femenino sobresale por su estereotipo ancestral, su único destino permitido es el matrimonio y el amor. Rylance explicaba que su Rosalind, de As You Like It que deslumbró la semana pasada en el mismo teatro, “separaba sus sentimientos de su mente mientras que Miranda es todo lo contrario, se deja llevar por lo que dictamina su corazón”. Espero con ansías la próxima propuesta de Sam Mendes, su teatro es “orgánico”, coincidían los actores. Está vivo. Es arte en movimiento.
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lunes, 3 de mayo de 2010
Mi puerta abierta/Mejor imposible
Para el crítico canónico Samuel Johnson, la exquisita imaginación de Shakespeare revela nuestra total incapacidad para vivir el momento presente. Harold Bloom agrega a esta idea: “Lo que Johnson se niega a decir, pero está implícito, es que renunciamos al presente porque debemos morir en un momento presente”. El teatro de Shakespeare nos sumerge en esa metáfora y la vida se redime en el arte si la representación de la obra alcanza la perfección. Fueron tan vibrantes las resonancias que sentí el otro día, después de ver As You Like It, interpretada por la compañía The Bridge Project, dirigida por Sam Mendes que se presenta estos días en el Teatro Español, que espero con ansías ver The Tempest. Las dos obras fueron diseñadas y concebidas por Mendes “en un solo gesto, como un único viaje”.
El destierro une a ambos argumentos del viaje. En el caso de As You Like It, el bosque es el lugar por el que deambulan los personajes, unidos y separados por la búsqueda y el reconocimiento del otro. La ambientación, la iluminación y la música convergen en una puesta en escena delicada y sobria y el texto y la cadencia actoral tienen un protagonismo superlativo ante su público. Mendes dialoga con el genio del escritor, lo enaltece y nos lo muestra en su capacidad de cuidar hasta el más mínimo detalle con los episodios de lucha, la coreografía musical, el vestuario y el sonido. Del elenco, sobresale Juliet Rylance en la piel de dos personajes, Rosalind, la hija del Duque desterrado y un joven. La mujer se escabullirá adoptando otra identidad sexual para estar más segura en el bosque, aunque Shakespeare permite tantas interpretaciones que hasta podríamos analizar el personaje ambivalente desde el concepto performatividad de Judith Butler. Durante las dos horas y media que duró la obra, percibí a su personaje real, vivo, de esta época y de todas las épocas. Los demás actores también daban la talla pero siempre hay alguno o alguna con el que te identificas o te compenetras de una forma más íntima. A ver qué nos depara Rylance con su Miranda en The Tempest y en el encuentro con el público el próximo viernes después de la función.
Me molestó leer el otro día en El Cultural, de El Mundo (en realidad casi siempre que leo ese periódico me surge algún tipo de malestar) los comentarios de Luis María Anson sobre la ópera Salomé que se presentó el mes pasado en el Teatro Real. Anson no hace crítica sino que opina pero la crítica y la opinión son géneros distintos aunque a veces se confundan. ¿Cómo se atreve a decir que Richard Strauss no está entre los más grandes de la ópera? Dice que la puesta del director de escena, Robert Carsen fue anticuada. Evidentemente la subjetividad es la que articula nuestro pensamiento y expone nuestras ideas preconcebidas de las cosas. Mientras que a Anson la danza de los siete velos le pareció cutre a mí me pareció sublime y actual, representativa de esta época, con viejos asquerosos, decrépitos que se desnudan en un burdel improvisado para deglutir a una joven Salomé desprovista de sensualidad. ¿Qué puede tener de sensual que una mujer sea un objeto erótico para su padre?, que además se viste igual a su madre, con el mismo vestido y la misma peluca y luego le roba un beso sáfico. Por cierto, el detalle de colocar a Herodías con una cámara de video, filmando la escena de la danza para una futura película porno, todo esto escenificado en la bóveda de un casino de Las Vegas, donde están las cajas de seguridad en las que se guarda la cosecha de la usura…Esa “triste escenografía menor” según Anson, está cargada de una rica simbología y da cabida a diversas y entusiastas interpretaciones desde el feminismo, el psicoanálisis, la filosofía, los medios de comunicación. Anson escribirá desde el Olimpo de la Real Academia Española pero pareciera que lo hace desde las catacumbas del anacronismo y la precariedad simbólica.
El destierro une a ambos argumentos del viaje. En el caso de As You Like It, el bosque es el lugar por el que deambulan los personajes, unidos y separados por la búsqueda y el reconocimiento del otro. La ambientación, la iluminación y la música convergen en una puesta en escena delicada y sobria y el texto y la cadencia actoral tienen un protagonismo superlativo ante su público. Mendes dialoga con el genio del escritor, lo enaltece y nos lo muestra en su capacidad de cuidar hasta el más mínimo detalle con los episodios de lucha, la coreografía musical, el vestuario y el sonido. Del elenco, sobresale Juliet Rylance en la piel de dos personajes, Rosalind, la hija del Duque desterrado y un joven. La mujer se escabullirá adoptando otra identidad sexual para estar más segura en el bosque, aunque Shakespeare permite tantas interpretaciones que hasta podríamos analizar el personaje ambivalente desde el concepto performatividad de Judith Butler. Durante las dos horas y media que duró la obra, percibí a su personaje real, vivo, de esta época y de todas las épocas. Los demás actores también daban la talla pero siempre hay alguno o alguna con el que te identificas o te compenetras de una forma más íntima. A ver qué nos depara Rylance con su Miranda en The Tempest y en el encuentro con el público el próximo viernes después de la función.
Me molestó leer el otro día en El Cultural, de El Mundo (en realidad casi siempre que leo ese periódico me surge algún tipo de malestar) los comentarios de Luis María Anson sobre la ópera Salomé que se presentó el mes pasado en el Teatro Real. Anson no hace crítica sino que opina pero la crítica y la opinión son géneros distintos aunque a veces se confundan. ¿Cómo se atreve a decir que Richard Strauss no está entre los más grandes de la ópera? Dice que la puesta del director de escena, Robert Carsen fue anticuada. Evidentemente la subjetividad es la que articula nuestro pensamiento y expone nuestras ideas preconcebidas de las cosas. Mientras que a Anson la danza de los siete velos le pareció cutre a mí me pareció sublime y actual, representativa de esta época, con viejos asquerosos, decrépitos que se desnudan en un burdel improvisado para deglutir a una joven Salomé desprovista de sensualidad. ¿Qué puede tener de sensual que una mujer sea un objeto erótico para su padre?, que además se viste igual a su madre, con el mismo vestido y la misma peluca y luego le roba un beso sáfico. Por cierto, el detalle de colocar a Herodías con una cámara de video, filmando la escena de la danza para una futura película porno, todo esto escenificado en la bóveda de un casino de Las Vegas, donde están las cajas de seguridad en las que se guarda la cosecha de la usura…Esa “triste escenografía menor” según Anson, está cargada de una rica simbología y da cabida a diversas y entusiastas interpretaciones desde el feminismo, el psicoanálisis, la filosofía, los medios de comunicación. Anson escribirá desde el Olimpo de la Real Academia Española pero pareciera que lo hace desde las catacumbas del anacronismo y la precariedad simbólica.
viernes, 30 de abril de 2010
Feminicidio/Encadenada desencadenada
“Nadie piensa en el vacío, mucho menos una feminista. Si la teoría feminista resignifica la realidad, el movimiento social es el agente principal de resignificación, porque no resignifica quien quiere sino quien puede”.
Celia Amorós
No me cuesta caminar sobre las arenas movedizas de una narrativa que ha pulverizado los géneros puros. Lo importante es que el lenguaje esté vivo, insomne. Voy a encadenarme. Las cadenas son el símbolo del primer mito que pudo descifrar mi mente. Una tarde calurosa, mi abuela materna estaba tomando mate en la cocina y me contó una historia: a tu tía abuela, Celestina, no la querían de chiquita y por eso la dieron. Yo tendría diez años y ya me figuraba algunos secretos del entorno próximo. Sabía que ella y su hermana no congeniaban, mi abuela cuando podía, menospreciaba a mi tía sin disimulo. Pasaron unos días y otra tarde le pregunté: ¿Por qué la dieron? Su relato fue escueto: tu bisabuelo Evaristo, hijo de españoles, un gaucho, un criollo recio, necesitaba otro varón que lo ayudara en las labores del campo, no había lugar para más mujeres en la familia, conmigo les bastaba. Nació ella y le hicieron pagar las consecuencias. Encima era desobediente y por esa razón recibía unas palizas tremendas. Un día el gaucho se cansó y la echó del rancho, la encadenó en el establo con los caballos hasta que vino a buscarla la familia a la que se la entregaron. Celestina tenía seis años.
¿Por qué mi abuela me contó esa historia? ¿A qué venía su alarde de crueldad? En la época en la que asimilé el relato sentía un gran apego por mi tía Celestina, en realidad Celestina era como otra madre para mí y creo que mi abuela tenía celos del afecto tan intenso que había entre su hermana y sus dos nietas.
Celia Amorós
No me cuesta caminar sobre las arenas movedizas de una narrativa que ha pulverizado los géneros puros. Lo importante es que el lenguaje esté vivo, insomne. Voy a encadenarme. Las cadenas son el símbolo del primer mito que pudo descifrar mi mente. Una tarde calurosa, mi abuela materna estaba tomando mate en la cocina y me contó una historia: a tu tía abuela, Celestina, no la querían de chiquita y por eso la dieron. Yo tendría diez años y ya me figuraba algunos secretos del entorno próximo. Sabía que ella y su hermana no congeniaban, mi abuela cuando podía, menospreciaba a mi tía sin disimulo. Pasaron unos días y otra tarde le pregunté: ¿Por qué la dieron? Su relato fue escueto: tu bisabuelo Evaristo, hijo de españoles, un gaucho, un criollo recio, necesitaba otro varón que lo ayudara en las labores del campo, no había lugar para más mujeres en la familia, conmigo les bastaba. Nació ella y le hicieron pagar las consecuencias. Encima era desobediente y por esa razón recibía unas palizas tremendas. Un día el gaucho se cansó y la echó del rancho, la encadenó en el establo con los caballos hasta que vino a buscarla la familia a la que se la entregaron. Celestina tenía seis años.
¿Por qué mi abuela me contó esa historia? ¿A qué venía su alarde de crueldad? En la época en la que asimilé el relato sentía un gran apego por mi tía Celestina, en realidad Celestina era como otra madre para mí y creo que mi abuela tenía celos del afecto tan intenso que había entre su hermana y sus dos nietas.
No olvidé el relato y en la adolescencia lo desempolvé ante mi madre, que negó los hechos vinculados al episodio de las cadenas. Eso es mentira, sentenció. Todo lo demás era cierto según lo que a ella le habían contado. Me aportó otro dato importante, a Celestina la habían dado pero dicha familia no la había adoptado sino que se la habían llevado para instruirla como sirvienta. Lo de las cadenas se convirtió en algo irrelevante aunque la imagen ya se había grabado para siempre en mi memoria. No sé cuál es la verdad pero ese recuerdo, fruto de una ficción o del ocultamiento del hecho, estaba vivo y era real, al fin y al cabo, no modificaba el sentido de los acontecimientos sino que los enaltecía. Así son los mitos.
Creo que intenté reparar o enmendar aquello que se convirtió en un mito y encadené mi afecto por Celestina para siempre. Resignifiqué el símbolo de las cadenas sin que me diera cuenta.
Las cadenas volvieron a aparecen con fuerza en el diván, con mi segunda psicoanalista. Había muerto mi abuela materna y revisar el mito instauró a Celestina en el principio de la genealogía feminista personal. Por entonces yo no sabía qué era el feminismo, tenía veinticuatro años y trabajaba en una revista en la que se cosificaba a las mujeres con rigor estético. Allí aprendí sobre las tecnologías destinadas a mutilar la belleza femenina. Fue una experiencia fascinante y contrastante que posibilitó que mi subjetividad diera un giro: mientras que me dirigía a mujeres que leían artículos para seguir colonizándose interiormente, la terapeuta hurgaba en mi pasado. Un día Laura pasó a ser el centro de mi narración. Después de dos años de terapia, me enteré por una noticia que leí en el periódico, que era una integrante de Madres de Plaza de Mayo de Línea Fundadora. No quise saber nada de ella, tampoco le pregunté. Continué yendo dos veces por semana a su consulta hasta que un día, unos meses después, haciendo compras en un supermercado, me topé con el segundo tomó de los Cuentos Completos, de Julio Cortázar, libro expuesto en soledad, en la última hilera de un anaquel. Lo abrí y busqué un cuento que la propia Laura me había citado en una de las sesiones: Recortes de prensa. Lo encontré y lo leí ahí mismo. Cortázar escribía cuentos basados en noticias de periódicos y en este cuento aparecía íntegra una carta de denuncia de mi psicoanalista, publicada en El País, en 1978. En una página narraba su holocausto personal. La dictadura había asesinado a una de sus hijas, secuestrado y asesinado a su marido y detenido en situación de desaparecida a su otra hija. En total fueron siete los desaparecidos de su familia.
Después de enterarme de ese hecho, huí de la terapia, le pedí a Laura que me dejara pensar si podía seguir o no. Exponerme con alguien que había pasado por una situación extrema de dolor zarandeaba mi mundo interior. Se lo dije. Me sentía cómoda con mi vida fatua, refugiada en una impostura. Pero…no sabemos que nuestro inquilino, el inconsciente, el sujeto, lo que somos, nos conduce a actuar de una manera u otra. Actuamos, incluso con nuestra inacción. Volví a llamar a Laura unas semanas después con una sensación interminable de desvelo. Continué el proceso terapéutico no sin antes hacerle algunas preguntas. Me enteré en qué circunstancias había escrito esa carta al diario El País. Fue en México DF, donde Laura Bonaparte se había exiliado con su hijo y su nieto. Se encadenó en la puerta de la embajada argentina de dicha ciudad, en señal de protesta por el genocidio que se estaba llevando a cabo en Argentina. El acto tuvo repercusiones internacionales y también literarias, Cortázar leyó esa carta de lectores que inspiró el cuento. Ese día probablemente nació el segundo mito.
Ella me ayudó a fortalecer mi estructura y mi rebeldía. Me enseñó que no es necesario adaptarse o más bien, que el peligro está en adaptarse; que en tiempos de usura, la incorruptibilidad es una virtud que hay que pulir a fuerza de renunciar a las tentaciones del sistema.
Dejé de trabajar en esa revista y luego de un paso fugaz por la cima del periodismo político, donde convivía con buitres, fariseos, seres llenos de codicia y de ansias de poder, decidí partir, salir de la historia familiar, escribir mi propia historia. Escogí México como destino. Se lo anuncié a mi terapeuta, por aquel entonces no sabía que mi elección había sido influenciada por ella. Así fue como encadené mi afecto por Laura para siempre.
Dejé de trabajar en esa revista y luego de un paso fugaz por la cima del periodismo político, donde convivía con buitres, fariseos, seres llenos de codicia y de ansias de poder, decidí partir, salir de la historia familiar, escribir mi propia historia. Escogí México como destino. Se lo anuncié a mi terapeuta, por aquel entonces no sabía que mi elección había sido influenciada por ella. Así fue como encadené mi afecto por Laura para siempre.
México me transformó en otra mujer, me hizo cambiar de piel. Allí renuncié a una forma de racionalidad inútil, a la coraza de la intelectualidad, renuncié a la deshumanización, aunque nunca estamos a salvo del todo de la deshumanización, creo que allí nació el compromiso conmigo misma. Si yo asumo una responsabilidad ante un hecho político, estoy obligada a tomar partido y a involucrarme también en una situación análoga. Es lo que Jean Paul Sartre denomina en la Crítica de la razón dialéctica, el aumento de lo práctico inerte. Todo lo que ha sido libremente elegido después se vuelve un condicionamiento material inerte. Si has hecho algo determinado en un momento determinado, tienes que definirte en relación a eso. Para mí la libertad es sinónimo de compromiso. Luego el compromiso hace desaparecer la libertad dirá Sartre. Es evidente que lo que soy para los otros y otras me condiciona a asumir quien soy. Debo asumir quien soy para mis compañeras de Otro Tiempo, para las Lilas de Oaxaca o para ustedes, algunas, también comprometidas con el movimiento feminista.
Como consecuencia de ese devenir del sentido de mi libertad, en México me hice por primera vez las preguntas importantes, esas que nunca respondes de la misma manera, esas que a veces ni siquiera sabes cómo responder. Esas que te dejan desnuda ante ti misma.
Fue en Ciudad Juárez donde pude unir los eslabones de mis cadenas y allí lo comprendí todo, aunque las terapias me han enseñado que nunca lo comprendemos todo y que ese todo es fragmentado, desposeído incluso de verdad. La verdad no está en intentar comprenderlo todo sino en encontrarle sentido a lo que hacemos, a nuestros actos. No somos dueños ni dueñas de nada, sólo de nuestros actos. Cuando comencé a investigar los asesinatos de mujeres, lo hice con la intuición de que se trataba de otro tipo de crímenes. Pasé momentos de desolación por no comprender el horror, por no encontrar respuestas que aquietaran las ansías de que se hiciera justicia con las víctimas. Una investigadora feminista, Julia Monárrez, con la lucidez de la dignidad, con la sensatez que te da saber que la teoría tiene que servir para cambiar el mundo y el estado de las cosas, fue la primera que resignificó el fenómeno de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez con un nombre, feminicidio. Julia me ayudó a comprender que allí y en esa circunstancia, se produjo el encadenamiento de mi propia subjetividad y que las cadenas de mi tía Celestina, las de Laura, las de esas mujeres asesinadas y las de sus familias que reclaman el fin de la impunidad, eran eslabones de mis propias cadenas.
Enfrentarme al tema del feminicidio ha resignificado mi propio encadenamiento. Y también me ha permitido construir otro mito en torno a las cadenas. He subvertido el significado del uso de las cadenas. Para mí las cadenas no son sinónimo de esclavitud, de sumisión, de humillación, de cosificación, sino de liberación, de compromiso, de encuentro conmigo misma. Estoy encadenada a mi deseo, mis convicciones, mi subjetividad. Estoy encadenada a este trabajo de fortalecimiento de las redes de mujeres en Iberoamérica en la visibilización y denuncia del feminicidio. Estoy encadenada al amor, el amor como discurso, como forma de vida, el amor como empatía casual, estoy encadenada a la conexión emocional con los otros y otras. Ahora mismo estoy encadenada a ustedes y a este curso. Pero sé que también hay que cerrar el círculo, aunque no del todo, como un enzo, hay que dejarlo también abierto. Soy consciente de que hemos habitado este espacio, lo hemos hecho vital, hemos soltado la jauría que provoca en nuestros cuerpos tratar desde el discurso la violencia de género.
En Madrid por fin he comprendido que no hay ningún lugar dónde ir. Ninguno. Sólo puedo dar vueltas sobre mi cárcel. Mi cuerpo me sostiene y mi mente no ostenta cerrojos ni ataduras, no más que los que decreta el inconsciente. Repito: Madrid es mi Ítaca. Mi exilio interior. Ahora. No hay comienzos, como dice George Steiner, se acabaron los comienzos. Hay que enfrentarse a lo que continúa. Creo que existe una evolución hacia algo distinto siempre y que no hay posibilidad de retorno. La equivocación consiste en creer que podemos retornar a un mismo lugar. Algunos mitos y héroes trágicos nos lo advierten.
He vivido en Argentina, en México, en Estados Unidos y sé que jamás regresaré a esos mismos lugares del pasado. También sé que Europa es engañosa y está narcotizada por su materialismo abyecto y su arrogancia civilizatoria. Aquí hay tolerancia pero también no la hay, hay libertad pero también no la hay, todo depende de lo que quieras tocar de cada sociedad. Todas las sociedades, las culturas, tienen cuestiones intocables: soy consciente de que mi condición de extranjera me ha hecho perder en varias ocasiones mi libertad de movimiento, esa que Hannah Arendt sitúa como la condición previa a la esclavitud. Soy consciente de que desde el feminismo tenemos que alzar la voz y denunciar la barbarie que existe en los países del norte, que persiguen y criminalizan a las y los sin papeles.
Mi nomadismo, como sostiene Rosi Braidotti en Sujetos nómades, no viene sólo de mi lengua materna, en mi caso colonizada. Vivo en transición permanente. Asumo mi propio desarraigo más allá de mi condición de inmigrante. Me he reinventado en la política de mi deseo. Asumo la desterritorialización de mi cuerpo, de mis ideas, como principio de identidad. Conozco los riesgos y las pérdidas que ocasionan el mero hecho de ser extranjera.
Propongo una transformación subjetiva con el aporte del marco teórico feminista.
También me he inspirado para esta representación en Augusto Boal. En su Teatro del oprimido nos propone una poética del oprimido cuya principal finalidad es transformar al pueblo, espectador, pasivo en el teatro, en sujeto, en actor, en transformador de la acción dramática. Boal explica con ejemplos prácticos que Aristóteles propone una poética en la que el espectador delega poderes en el personaje para que este actúe y piense en su lugar mientras que Bertol Brecht sugiere una poética en la que el espectador delega poderes en el personaje para que actúe en su lugar, pero se reserva el derecho de pensar por sí mismo, incluso a veces en desacuerdo con el personaje. En el primer caso se produce una “catarsis”; en el segundo una “concienciación”. Lo que propone la poética del oprimido es la acción misma. Dice Boal: “El espectador no delega poderes en el personaje ni para que piense ni para que actúe en su lugar; al contrario, él mismo asume su papel protagónico, cambia la acción dramática, ensaya soluciones, debate proyectos de cambio, en resumen, se entrena para la acción real. El espectador liberado se lanza a la acción, no importa que sea ficticia, importa que sea una acción”.
La poética del oprimido es la poética de la liberación. La poética de la opresión femenina también es la poética de la liberación. Tardé un par de décadas en dejar de temerle a las cadenas. No crean que fue fácil resignificar mis mitos personales y traer las cadenas aquí para representar esta acción.
El marco teórico de una política de erradicación del feminicidio se inicia en este viaje. Es fundamental situarnos desde el feminismo como teoría crítica y dentro del movimiento de mujeres, en nuestro objetivo de la deslegitimación social del discurso dominante sobre los asesinatos de mujeres por ser mujeres, que no los reconoce como feminicidios.
Si todos los movimientos sociales implican la subversión de los códigos culturales dominantes. ¿Por qué no dirigir nuestro accionar a que se deje de negar, silenciar, provocar el feminicidio como una política global de deslegitimación de la igualdad entre hombres y mujeres?
Tenemos que ser capaces de articular desde los distintos ámbitos del feminismo en Iberoamérica el abordaje del tema en primera línea, ya no dentro de las agendas políticas feministas sino de las agendas de los Estados. Desde el movimiento feminista sabemos que el estado patriarcal es cómplice y responsable del feminicidio.
Me alienta observar que la mitología patriarcal se está derrumbando en todas partes. Nosotras podemos seguir esa tendencia desde nuestra propia subjetividad. Primero hay que derrumbar el patriarcado en nuestro interior.
Y me pregunto y así voy a cerrar la representación, ¿Quiénes somos las mujeres desde nuestra identidad de género? ¿Somos dueñas de nuestros cuerpos?
Esta representación es única. No habrá repetición, habrá réplica, repercusiones intersubjetivas pero esas son otras cuestiones. A ustedes les toca cerrar el círculo.
Voy a desencadenarme. Recomencemos la última sesión del curso. 28 de abril de 2010.
martes, 27 de abril de 2010
Desleír el periódico/El espectáculo de la violencia
Deslío los periódicos cada mañana y siempre encuentro la noticia que me hace disfrutar el absurdo. No sé qué le pasa a Stephen Hawking, dice estar convencido de que existen los extraterrestres y que los humanos nos tenemos que cuidar de ellos. ¿No será al revés? Considera que si los alienígenas visitaran la tierra sería como cuando Cristóbal Colón llegó a América. ¿De verdad creerá que hubo un encuentro de dos mundos con la conquista española?
Los últimos días han aparecido en el mundo terrícola de España varias noticias de violencia de género con cobertura de reportaje. Ayer, por ejemplo, El País publicó “La tragedia de las niñas-novias”. En Yemen, una media de ocho niñas muere cada día como consecuencia de matrimonios prematuros. En este caso, el feminicidio infantil está tolerado y permitido por el Estado.
El domingo pasado El País publicó “Lobos entre corderos”, sobre curas pederastas españoles. Está bien documentado el reportaje pero no me gustó que se abusara del espacio que le dan a uno de los victimarios, Martín de la Peña, maestro del cinismo y se insistiera en el silencio de la víctima, que no quiso hablar, situación lógica en este tipo de casos. Al final, la mayoría de las veces el enfoque de estas noticias acaba revictimizando a las víctimas. ¿Por qué no incluir la opinión de especialistas sobre este tema, psicólogos/as, sociólogos/as? ¿Por qué no hacer referencia a políticas o medidas de prevención de la ciudadanía ante este tipo de perversos, que si encima tiene sotana o vienen bendecidos por la cruz, gozan de mayor impunidad y libertad para cometer sus tropelías? Tampoco me gusta el título, es una reafirmación de la condición de victimario y víctima, como si la existencia y accionar de uno fuera motivado o reforzado por la conducta del otro u otra. El reportaje no muestra la luz al final del túnel, necesitamos que los medios de comunicación empiecen a incluir la perspectiva de género en su manera de abordar la información. Sino, ¿cómo desmontamos el patriarcado, los abusos de poder y el paradigma de la dominación?
Me molesta y es un malestar de todos los días, que la violencia patriarcal se muestre como un espectáculo, para regocijo de los periódicos y publicaciones de internet que lucran con el subidón en el número de visitas. Son tantos los videos disponibles con grabaciones reales de asesinatos, apaleamientos, golpes…Estoy convencida de que los medios de comunicación son la gasolina de la era del crimen sexual a la que se refiere Jane Caputi y fomentan y promueven dicha violencia. El viernes pasado, El Mundo subió a portada el video de un interrogatorio a narcotraficantes mexicanos, previo a una ejecución. Dos horas después la noticia figuraba entre las más leídas. El País, a los ocho de la tarde de ese mismo día, también la incluyó en su portada. Si la audiencia pide ejecuciones en portada, pues hay que ponérselas para que se entretengan.
Los últimos días han aparecido en el mundo terrícola de España varias noticias de violencia de género con cobertura de reportaje. Ayer, por ejemplo, El País publicó “La tragedia de las niñas-novias”. En Yemen, una media de ocho niñas muere cada día como consecuencia de matrimonios prematuros. En este caso, el feminicidio infantil está tolerado y permitido por el Estado.
El domingo pasado El País publicó “Lobos entre corderos”, sobre curas pederastas españoles. Está bien documentado el reportaje pero no me gustó que se abusara del espacio que le dan a uno de los victimarios, Martín de la Peña, maestro del cinismo y se insistiera en el silencio de la víctima, que no quiso hablar, situación lógica en este tipo de casos. Al final, la mayoría de las veces el enfoque de estas noticias acaba revictimizando a las víctimas. ¿Por qué no incluir la opinión de especialistas sobre este tema, psicólogos/as, sociólogos/as? ¿Por qué no hacer referencia a políticas o medidas de prevención de la ciudadanía ante este tipo de perversos, que si encima tiene sotana o vienen bendecidos por la cruz, gozan de mayor impunidad y libertad para cometer sus tropelías? Tampoco me gusta el título, es una reafirmación de la condición de victimario y víctima, como si la existencia y accionar de uno fuera motivado o reforzado por la conducta del otro u otra. El reportaje no muestra la luz al final del túnel, necesitamos que los medios de comunicación empiecen a incluir la perspectiva de género en su manera de abordar la información. Sino, ¿cómo desmontamos el patriarcado, los abusos de poder y el paradigma de la dominación?
Me molesta y es un malestar de todos los días, que la violencia patriarcal se muestre como un espectáculo, para regocijo de los periódicos y publicaciones de internet que lucran con el subidón en el número de visitas. Son tantos los videos disponibles con grabaciones reales de asesinatos, apaleamientos, golpes…Estoy convencida de que los medios de comunicación son la gasolina de la era del crimen sexual a la que se refiere Jane Caputi y fomentan y promueven dicha violencia. El viernes pasado, El Mundo subió a portada el video de un interrogatorio a narcotraficantes mexicanos, previo a una ejecución. Dos horas después la noticia figuraba entre las más leídas. El País, a los ocho de la tarde de ese mismo día, también la incluyó en su portada. Si la audiencia pide ejecuciones en portada, pues hay que ponérselas para que se entretengan.
Por estos días también asistimos en España a la manifestación de sus héroes, ellos representan la idolatría de dos tipos de públicos. José Tomás, atado a Tánatos y esa pulsión hacia la muerte que excita a su coro de incondicionales. En las antípodas está Edurne Pasaban, acaba de felicitar a Oh Eun Sun, la coreana ha ganado la pulseada y se ha convertido en la primera mujer en haber escalado los 14 ochomiles, las cumbres más altas de la tierra. No importa, mañana o pasado Edurne habrá conseguido el mismo objetivo. Tal y como estuvo planteada la competición, haber alcanzado los 14 ochomiles siempre estará asociado a las dos montañistas. Cuánta diferencia hay en la manera que se enfrentan a su propia humanidad un torero y una montañista. Cosas del mundo terrestre.
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